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  escuela dominical
  La sobreprotección
 

EdUcAcIóN sObRePrOtEcToRa



El hecho básico de la educación sobreprotectora radica en la ausencia de ciertas experiencias infantiles que suelen ser habituales y prácticamente ineludibles para que un niño alcance los niveles de socialización propios de su medio social. Y todo ello motivado exclusivamente por la actuación de los educadores.

Son muchas las razones que pueden hacer que un educador actúe sobreprotectoramente. Son incontables los motivos que impelen a una madre a arropar en demasía a su hijito, a prohibirle que acuda a las excursiones de su escuela, a impedir que se encarame a una silla, o a introducir sistemáticamente la comida en su boca. Lo cierto es que el motivo inmediato más frecuente de sobreprotección suele consistir en la precisión de evitar peligros o riesgos al niño en cuestión. Esto es lo que la madre o padre sobreprotectores más rápidamente afirman cuando se les interroga al respecto. Es lógico multiplicar la ropa de abrigo del niño dado el peligro de que, en caso contrario, se resfrie. Se justifica plenamente la no asistencia del niño a excursiones, deportes y actividades afines, dado que su práctica implica un evidente riesgo de daño físico. Es cierto de todo punto que ese riesgo resulta sumamente disminuido si el niño se queda en casa. También es evidente que peligra más el niñito que trepa a una silla, baja las escaleras sin dar la mano a su madre, o, con algo más de edad, pretende atravesar solo la calle, que el que no obra así. Es obvio que existe mucho menos peligro de subalimentación para el niño a quien se le da la comida en la boca que para el pequeño que corre el riesgo de no comer suficientemente al dejarlo a su aire al llegar la hora de las comidas. Siempre está inmediatamente justificada cualquier conducta sobreprotectora. 



Estas, y otras muy parecidas, son las razones del adulto protector. Pero, ¿son ciertas? Mejor dicho, ¿son las auténticas, las primeras?
No vale engañarse. La razón fundamental, la mayoritaria, que impele a los educadores sobreprotectores a actuar de tal manera es su propia ansiedad. Cuando se impiden determinadas oportunidades de acción o de experiencia a un niño concreto, dentro del contexto sobreprotector al que estamos haciendo referencia, no se están exclusivamente suprimiendo riesgos y peligros al niño en cuestión. En el fondo sus padres están luchando contra su propia ansiedad, provocada por la contemplación de la posibilidad de que el peligro supuesto o imaginado se convierta en una realidad. La atención y el pensamiento de esos padres se centran única o primordialmente en los aspectos negativos de unas experiencias que, por otro lado, estamos considerando como habituales y mayoritarias en los niños de una comunidad dada.
Basta recordar la frecuente escena del niño que, caminando con su madre por la calle, tropieza y cae, quizás al atravesar la calzada, siendo reñido, insultado o pegado de inmediato por aquélla. La escena suele resultar grotesca, tragicómica, pero es real. Incluso puede y suele ocurrir -dentro de ciertos límites, claro está- que el niño "reciba" tanto más cuanto más daño haya sufrido su caída.
Es ésta una demostración palpable de que el comportamiento del adulto está en relación directa a la intensidad de la alarma o a la ansiedad que el suceso en cuestión desencadena en él. Se trata de una clara desorganización del comportamiento de intensa implicación emocional. Y la desorganización es tanta que el niño puede sufrir un daño mayor por la actuación del adulto angustiado y protector que por el accidente propiamente dicho.
Ese adulto que se perturba emocionalmente cuando el niño se accidenta, aunque sea levísimamente, también suele perturbarse y trastornarse en exceso cuando tose, cuando adelgaza, cuando no come, cuando llora...Y ante estos hechos, reacciona como cualquier hijo de vecino alterado emocionalmente. Si, en tales circunstancias, él lo pasa tan mal, precisará evitar todas aquellas situaciones que puedan dar lugar a semejantes malestares. Mas la ansiedad cabe provocarla simplemente imaginando el peligro posible. En consecuencia la forma de permanecer tranquilo únicamente puede ser la supresión de cualquier motivo que pueda dar incluso a la previsión e imaginación del riesgo. Hay que evitar incluso hablar de ello. Y así se hace saber al niño: "¡No irás de excursión! ¡Y basta, ya! ¡No quiero ni que me lo vuelvas a nombrar!".
Ante la situación anómala real y actual -caída, enfermedad, dolor - se produce una ansiedad desmesurada y se desorganiza el comportamiento paterno. ¿Cómo enjuiciar negativamente la supresión de peligros y riesgos?¿Acaso no es de padres despreocupados o irresponsables el dejar que los hijos se las compongan como quieran? ¿No es el niño un ser que precisa cuidado y protección, y los padres los responsables de dárselos? Además sabiendo los múltiples peligros que encierran determinadas experiencias, ¿cómo no reconocer que la vida podría convertirse en una auténtica pesadilla alimentada por los sentimientos de culpa desencadenados por algún desgraciado suceso que afectara al niño? Por otro lado: "Estoy convencido de que el niño nos quiere mucho y está muy contento en casa. Fíjese usted: nunca quiere salir con otras personas, ni siquiera ir a casa de un amigo. Señal de que no lo hacemos tan mal". Y es cierto: el niño sobreprotegido puede "gozar" de una "intensa" vida de familia.

 


TOMADO DE MITOS Y ERRORES EDUCATIVOS POR JOSEP TORO, BARCELONA, 1981

 
 
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